Una breve historia de cocina.
Hace apenas un año que David y Raúl, tras terminar sus estudios en la escuela de hostelería, se incorporaron al ekipo. Desde el primer momento, el interés, el atrevimiento e, incluso, el desparpajo con el que se desenvolvieron en la cocina no pasó desapercibido. Quizá, su envidiable juventud no les permita hoy en día tomar la medida del salto profesional que están dando. Como compañero, estar cerca de ellos y comprobar ese crecimiento mola mucho.
Por ello, cuando el pasado día llegó el momento de cocinar el nuevo plato de lenguado entero asado en las brasas, no resultó extraño que uno de ellos, David, diese un paso al frente. Este joven talento le otorgó al lenguado un punto jugoso perfecto con la misma ilusión que uno entrega un regalo. A continuación, empleó cuidados de cirujano para extraer los lomos del lenguado, los depositó en el plato y los napó con una meunière de miso, katshuobushi y chile rojo que Nacho, por su parte, se ha sacado de esa chistera mágica con la que no para de asombrarnos.
Al otro lado, el comensal desde la mesa probablemente no percibió nada de esto y, quizá, no tenga que percibirlo, pero detrás de esos lomos limpios de lenguado iban unas ganas enormes por aprender. Tras esos lomos, había satisfacción, compromiso, entrega... En ese acto habitaba un bellísimo sentimiento por agradar, que este oficio, si quieres, te pone al alcance de la mano cada día.
Vivimos en un mundo en que todo es banal y todo es extraordinario, y donde ponemos la mirada decide el lugar en el que nos posicionamos. El otro día, tras limpiar el pescado, David nos enseñó a ver que lo que allí quedaba, sobre la tabla de cortar, no era solo una espina de lenguado.