Abbey Road es considerada la obra cumbre de los Beatles. El álbum, con su mítica portada, encierra un manojo de canciones que forman parte de la historia de la música. The End, una de esas composiciones, termina a modo de verso iluminado con esta frase: “And in the end, the love you take is equal to the love you make”. (Y al final, el amor que te llevas, es equivalente al amor que das). ¡Zas! La idea nos dio de lleno en la diana: la repetiremos a modo de mantra al inicio de cada servicio. Pero, ¿qué hubiera pasado si a estos chavales de Liverpool, en vez de por la música, les hubiera dado por ser cocineros y montar un restaurante? El noticiero de febrero reescribe la historia.
Entre los ingredientes que a John Lennon le hubieran encantado tocar en enero estarían las alubias traídas directamente de Barco de Ávila, para cocerlas con setas y papada confitada o materias primas como la lubina salvaje y elaborarla en un tartar con cebolla roja y mostaza de Djon. Con la cecina de un productor de León, las corujas de la Sierra de Gata y las trufas desde Guadalajara, este cuarteto demostraría su capacidad de vivir, y sentirse vivo, para perseguir sus aspiraciones. Un restaurante, en definitiva, con el coraje necesario para seguir siendo noticia en febrero al sumar la llegada de nuevas aves y la aparición de pescados como la lamprea.
La mano de Paul McCartney se dejaría sentir detrás del guiso de arroz con conejo de monte; la liebre a la royal sería, sin lugar a la duda, ese plato con el que le gustaría finalizar toda buena actuación. El mes traería la explosión de George Harrison como pastelero con composiciones como la tarta de limón y merengue, la tarta de queso y el cremoso de chocolate con vinagreta de frambuesas y pimienta.
Ay, el tema de los quesos. Ringo Starr sacaría petróleo del concepto de las tablas de Antony, con esos diálogos imaginativos entre sabores y paisajes, que mantienen vivo el juego que debiera ser todo esto para el comensal. A Ringo le sería imposible disimular su felicidad tras llegar a buen puerto su aspiración de traer al restaurante al propio Antony y celebrar in situ las ceremonias del queso que tanta fama se han ganado en Francia. Las fechas se anunciarían con antelación suficiente para gestionar bien las reservas.
¿Y qué diría la crítica de todo esto? Pues sería generosa, muy generosa. Catalogaría al restaurante de un refinamiento sencillo, no le pondrían ningún pero a su menú y por alabar, ensalzaría hasta su pasión comunicativa. Un asunto éste que no es para menos comprobando el éxito y la buena reputación que les daría algunas secciones de su blog como El bosque goloso y Un café con…
No hubiera estado mal que aquellos chavales eligieran el mandil en lugar de las guitarras. Por suerte para la historia escogieron bien sus caminos. Por suerte, para todos.
Por ejemplo, ¿Cómo sería para ellos la receta del yellow submarine?
Feliz mes de febrero.