ENTRAÑABLE IBARROLA
Se emocionó Agustín Ibarrola, cuando vió en vivo y en directo el homenaje a su bosque del valle de Oma convertido en postre de postín, con los árboles pintados transformados en bizcochos de colores sobre un fondo de dulce de leche. Era la primera vez que el artista visitaba Lakasa, aunque conocía a César Martín de su paso por otros restaurantes, desde la ya mítica Abacería en la Calle de la Villa. Conocía a César y también a Miguel Llanos, su jefe de sala entonces, casualmente como comensal en Lakasa el día que han cenado allí Agustín y su mujer Mariluz. “Me habían hablado muchas veces de este postre tan sabroso y afectivo para mí, pero no es lo mismo que verlo en vivo y, por supuesto, tomarlo. Pasa igual que en las exposiciones de pintura al natural. No hay reproducción que pueda igualar la visita estos días en Madrid de las muestras de Picasso en el taller, en la Fundación Mapfre, o la de Paul Cezanne, en la Thyssen. Pues con El bosque goloso pasa lo mismo. Es muy entrañable, pero además está riquísimo”, dice el pintor, bromeando con su humor guasón: “Nunca había tenido una sensación equivalente a la de comerme mis propias creaciones artísticas”.
Hacía mucho tiempo que Ibarrola no aparecía por Madrid. “Estoy muy concentrado pictóricamente en el caserío. Tengo ya 83 años y me quedan muchas cosas por investigar”. Un coloquio con el pintor Rafael Canogar, en recuerdo del centenario del también pintor Daniel Vázquez Díaz, del que los dos han sido alumnos, ha propiciado un desplazamiento breve “pero intenso” en el que la pintura y la gastronomía han sido los elementos mimados. “Madrid es mucho Madrid. Tiene el Museo del Prado, nada menos, con Murillo, Velásquez, Goya o Zurbarán, o con sus cuadros tan sugerentes de bodegones. Me siento muy querido aquí. Me para mucha gente en las calles para saludarme. Y luego un detalle como el de este bosque goloso aquí en Lakasa”. Su mujer puntualiza: “Es muy gratificante venir a Madrid. Un plato como El bosque goloso en homenaje a Agustín, en Bilbao sería prácticamente imposible” César Martín, admirador del pintor y escultor vasco, también está feliz. Y Marina Launay, y cocineros como Riki y Adolfo, que salen de la cocina para mostrar su afecto al maestro.
La última exposición de Agustín Ibarrola fue en Segovia, coincidiendo con el Hay Festival. En un bello jardín, próximo al río, convivían esculturas en acero corten con traviesas de ferrocarril pintadas. Artista comprometido política y socialmente con su tiempo, Ibarrola ha realizado grandes instalaciones en espacios al aire libre, como Los cubos de la memoria del puerto de Llanes (Asturias) en cubos de hormigón, pinturas sobre piedra o madera en Salamanca, Arteaga (Vizcaya), Allariz (Orense) y Muñogalindo (Ávila). En la primera edición de la Trienal del Ruhr (Alemania) dirigida por Gerard Mortier, levantó una gran instalación de traviesas de carácter totémico en la cima de la montaña de escoria de carbón Halde Daniel, cerca de Bottrop. Desplazándose los bailarines sobre esas traviesas de Ibarrola es como finaliza la película sobre Pina Bausch de Wim Wenders. También ha expuesto Ibarrola en Argentina, Ecuador o Mexico. Su próxima cita pictórica pública es en el Alentejo (Portugal). Su aventura estética más emblemática ha sido, en cualquier caso, el bosque pintado junto al valle de Oma, cerca de las cuevas de Santimamiñe, en Vizcaya. Ahí se inspiró César Martín para dedicarle El bosque goloso.
Curiosamente el vino tinto seleccionado para acompañar la cena en Lakasa es de Toro, se llama Angelitos negros -¿se acuerdan de aquella canción de Antonio Machín que decía “Pintor que pintas con amor” o “siempre que pintas iglesias, pintas angelitos bellos”….?- y tiene un diseño de etiqueta muy original. Acompaña una trilogía abanico-presa-lagarto de cerdo ibérico que despierte la admiración absoluta del escultor. Bueno, escultor o pintor. “Soy un creador, simplemente. La carne de cerdo así presentada está genial. Parece muy sencillo, pero es una auténtica creación. Como la cecina que hemos tomado antes: qué sabor y qué delicadeza a la vez”. Se ha creado un ambiente que trasciende a la propia mesa donde estamos. Con El Bosque goloso la fiesta gastronómica y afectuosa llega a su punto culminante. Se impone una copita. El sumiller Marco Masolini se esmera y selecciona una grapa, de la que no retengo el nombre. “Está cojonuda”, exclama Agustín. Es el final feliz de una cena inolvidable.
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Hasta aquí, la octava entrega de El bosque goloso de Juan Ángel, que sin duda permanecerá para siempre en nuestro afecto. La fortuna de tener a una persona como Agustín en Lakasa nos empujó a proponerle nuestro ya célebre "Un café con...". A este paso, vamos a empezar a tener cuidado con lo que soñamos...