Esta temporada presentamos el calçot napado con una holandesa y una lágrima de romesco.
Y al probar este calçot, nos ha venido la idea de que comer sin prestar atención a lo que se come es… una pena.
Estas cebollas tiernas, que nos llegan recias como bambús, vienen de la tierra. Algún hortelano se ha partido el lomo para recolectarlas en verano, resguardarlas en lugar seco y fresco durante estos meses calurosos y replantarlas en otoño.
Tras su paso por la llama viva de la brasa, estos calçots son un festín en la boca: tremendamente sabrosos, de su carne rebosan matices dulces y herbáceos; las dos salsas aportan, si cabe, “más felicidad”.
Comiendo estos calçots se nos despertaron las ganas de acudir a las huertas a las afueras del pueblo de Vic, y reconocer al payés todos sus esfuerzos y vocación. Hoy, gracias a él, al probar estos calçots somos un poquito más humanos. @santamariapau
Nos gustaría que este agradecimiento, por extensión, llegara a toda la gente del campo, y que supieran lo imprescindibles que son en nuestra vida.
Comer prestando atención, merece la pena.